Encuentro. Ene-Mar 2007

A poco más de un mes de haber recibido el orden del diaconado, les envió un saludo de gratitud porque con su apoyo en la oración han hecho posible que mi anhelo sacerdotal sea cada vez más palpable.

A la fecha son ya casi quince años de perseverancia en la formación. En un primer momento recibí las bases solidas de la formación en el Seminario Menor y Mayor de San Luis Potosí; posteriormente, inquieto por la vida misionera, me integré a nuestro Seminario Mexicano de Misiones; y, queriendo vivir más de cerca el ideal misionero, hace ya casi cinco años, me aventuré a venir a Corea para concluir mi formación en el Seminario Interdiocesano de Kwangju.

En este proceso de formación ha habido de todo un poco, momentos de luces y momentos de sombras, de esperanzas y de frustraciones, de alegrías y sinsabores, etc., siendo mayores los logros y las satisfacciones. Sin embargo, en esos momentos perturbadores he aprendido que no es mi débil naturaleza quien me puede brindar los elementos de fortaleza, sino sólo la gracia que viene de Aquel que me llamó y me trajo hasta aquí.


Hoy puedo decir que con la ayuda de Dios me he realizado como persona y mi vocación se ha fortalecido. Mi mayor satisfacción en el seminario coreano de Kwangju es el saberme y sentirme aceptado, querido y, por añadidura, admirado entre mis compañeros. Este logro ha sido algo que se ha ido dando de manera gradual. En un primer momento humanamente me sentí rechazado a los pocos días mi percepción cambió. Me di cuenta que sí les interesaba, solo que para algunos era el primer contacto con un extranjero, para otros estaba la mentalidad de ver, conocer y después ofrecer.

El grado de sentirme querido y aceptado lo puedo ver en los muchos detalles, gestos y apoyo que he recibido. Así por ejemplo, mi habitación se ha convertido en lugar de encuentro, hay quienes vienen al café o al té, y, lo que es aún mayor, quienes simplemente vienen a platicar. Entre los coreanos sólo se puede dar pauta a la amistad si se es de la misma edad, después vendrá la afinidad y las características propias de la amistad. Esta barrera la he brincado justificándome en el hecho de ser extranjero y así ahora tengo muy buenos amigos de diferentes grados y edades.

En pocas palabras termino diciendo que las dificultades propias de vivir en otra cultura, totalmente diferente a la mía, no ha sido obstáculo para realizarme en la dimensión humana y en mi vocación misionera.

Rigoberto Colunga Hernández, M.G.
Diácono MG en Corea del Sur.