Ser humano, ser comunitario. Ene-Mar 2007

Todos, en algún momento de nuestra vida, nos hemos visto en la necesidad de expresar nuestros sentimientos con distintos gestos o diferentes expresiones, como muestra de nuestro desacuerdo o intolerancia ante alguna situación en particular. En México es común un abrazo ante el encuentro de un amigo, un beso en la mejilla en aquella persona por la cual sientes afecto o el estrechar la mano a quien por primera vez conocemos; somos una cultura que está constantemente expresando ideas y comunicando sentimientos.


Aquí en Hong Kong, a pesar de la gran influencia que llega de distintas partes del mundo y de las mismas transformaciones sociales a las cuales se ha visto sometida esta ciudad cosmopolita, no deja de ser un lugar en donde este tipo de expresiones son casi nulas o no se dan a simple vista. Tengo presente cierta ocasión cuando una pareja pasó caminando en frente del grupo de parroquianos que me acompañaban en la puerta de la parroquia, intercambiándose mutuamente un cono de helado sin inmutarse de nuestra presencia, algo que motivó comentarios entre el grupo al momento, la mayoría de ellos reprobando esa conducta.


Ciertamente es difícil ver estas escenas por la ciudad, sobretodo en lugares tan públicos, escenas que para la mayoría de nosotros, mexicanos al menos, son completamente naturales, pero a casi cinco años de estar viviendo en este lugar puedo decir que a ellos les cuesta trabajo expresarse una forma más abierta. Pero para no caer en generalizaciones absurdas concluyamos en decir que ellos se expresan de forma distinta y conforme a las normas que su misma cultura les ha dictado, pero al sentirse atraídos por modelos extrovertidos algunos comienzan a romper esquemas.


Algo curioso respecto a este asunto ocurrió en mis vacaciones a México el verano pasado. Desde mi llegada los abrazos, el saludo de manos y las palmadas en la espalda adquirieron un sentido y un valor más profundo, pues fue como encontrar algo que había perdido hace tiempo y quería gozarlo al máximo. Después de unos días caí en la cuenta de esta sensación y comprendí que un abrazo puede llegar a tocar el alma de otro, que un saludo va más allá de una formalidad social y que un beso puede alegrar el corazón. Humanamente necesitamos la presencia del otro, del hermano, para reconocer el valor y la importancia de nuestro ser comunitario; pero intentar llevar a plenitud nuestro ser comunitario se convierte en una ideología difusa si realmente éste no me lleva a ser más humano, pues ello exige de nosotros sinceridad en todo momento, aún en momentos de desacuerdo, ya que esas mismas diferencias que conforman la personalidad única e irrepetible de cada uno, son los elementos con los cuales podemos enriquecernos mutuamente.







Si somos capaces de expresar nuestros desacuerdos, también deberemos ser capaces de expresar nuestra cercanía al prójimo, pues el reto más importante no es vender nuestras ideologías o percepción del mundo, sino por el contrario, ganar corazones. Pero cuidado, porque así como se construye una amistad estrechando una mano, un solo beso en la mejilla puede destruir, de ahí la necesidad de nuestra sinceridad.


Gonzalo García Durán
Seminarista MG en Hong Kong, China.


P.d. Tu tienes un lugar en la Misión!!!